¿Qué gracia tiene una orquesta de música sin músicos?. Pues si, ahora resulta que la IA también puede tocar todos los instrumentos de una orquesta o grupo de rock sin necesidad de los músicos. ¿Para qué querríamos eso? Cualquiera que ha pertenecido a un grupo de música afirmaría seguramente que parte de la magia del espectáculo es que detrás de cada instrumento hay una persona, un ser humano con sentimientos, con habilidades para determinado instrumento, que sabe leer una partitura, tiene ritmo e inspiración y toca el instrumento con gusto y pasión, para que en conjunto con los demás instrumentos suene una melodía hermosa, como la concibió el compositor y que le alegra la vida a los que la escuchan. Pero como todo depende del cristal con que se mire la situación, algunos podrían refutar que si bien puede ser interesante tener a varios miembros de una agrupación de rock o cualquier otro estilo o de una orquesta, la posibilidad de que los miembros no sean indispensables porque pueden ser sustituidos por la IA, reduce el stress de tener que convocarlos a los ensayos, de las demoras, de las faltas, etc. Sin duda, todas las posiciones argumentadas podrán tener perspectivas diferentes. Incluso este tema de IA ha generado muchas críticas y en definitiva volvemos al punto de los límites. Hasta donde la vamos a dejar llegar. Por ejemplo, aquel caso de la película (Her, 2013) en la que el protagonista se enamoró de la voz que le hablaba y acompañaba todo el tiempo que no era un humano sino IA. Para unos puede ser la peor muestra de soledad y frustración del ser humano, para otros podría ser visto como la forma de aliviar esa soledad en la que hoy en día viven muchas personas alrededor del mundo. Esta situación donde un ser humano se enamora de una máquina, que en principio es solo la ficción que muestra una película, será posible en la vida real? Sin quererlo y quizás sin darnos cuenta nos hemos ido aislando progresivamente del mundo y mientras más nos aislamos, más espacio le damos a ese tipo de interacciones artificiales. Este aislamiento se acentuó mucho más con la pandemia que vivimos en el año 2020, donde nos encerramos en cuarentenas interminables que sometieron a prueba nuestra capacidad de adaptarnos a situaciones extremas. La tecnología se vio empujada a desarrollarse rápidamente para adaptarse a esa nueva realidad del aislamiento, pero en muchos casos aunque ya la cuarentena se acabó, situaciones que la misma generó, llegaron para quedarse. Esa situación extrema de la pandemia al final no nos aisló sino que nos hiperconectó. Nuevamente, esa hiperconexión tiene su lado positivo y su lado negativo. Pero mi reflexión va hacia un tema: aun cuando estamos hiperconectados a través de una pantalla, estamos desconectados socialmente y emocionalmente de la realidad que nos rodea. Con más frecuencia cada vez más uno ve por la calle a las personas con sus audífonos de celular puestos, totalmente aislados en el transporte público, en el almacén, caminando por la calle. Pueden ir escuchando noticias, música, hablando por teléfono, o simplemente llevarlos sin sonido, como si el audífono fuera parte de su oído externo. Entendemos la necesidad de aislarse que puede sentir el ser humano, ¿pero todo el tiempo? y si asi aislado en su mundo, la IA ocupa gran parte de ese espacio donde no hay interacción con otros seres humanos. Bien dice el dicho que todo en exceso es malo y, sin duda, ese artefacto artificial que hoy en día mantienen en sus oídos, los convertirá como dijo una fonoaudióloga, en pacientes seguros o sordos futuros. Estar así de hiperconectados pero a la vez tan desconectados nos impide vivir tantas situaciones o circunstancias de la realidad que en definitiva podrían hasta cambiarnos la vida: conocer a alguien que va a nuestro lado, ayudar a alguien que nos podría estar necesitando, contemplar un atardecer, una flor… Carla A. Sarmiento Colmenares Abogada, LL.M. @sarmientocarla
Foto: Daniel Tatita Martinez: https://www.youtube.com/watch?v=0tYFC9Pt8K4
Nota final: Esta reflexión también va cargada de agradecimiento a todos los amigos y familiares con quienes he compartido el tema y me siguen aportado sus opiniones y comentarios. Gracias a todos!
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Sin quererlo y quizás sin darnos cuenta nos hemos ido aislando progresivamente del mundo y mientras más nos aislamos, más espacio le damos a ese tipo de interacciones artificiales. Este aislamiento se acentuó mucho más con la pandemia que vivimos en el año 2020, donde nos encerramos en cuarentenas interminables que sometieron a prueba nuestra capacidad de adaptarnos a situaciones extremas. La tecnología se vio empujada a desarrollarse rápidamente para adaptarse a esa nueva realidad del aislamiento, pero en muchos casos aunque ya la cuarentena se acabó, situaciones que la misma generó, llegaron para quedarse. Esa situación extrema de la pandemia al final no nos aisló sino que nos hiperconectó. Nuevamente, esa hiperconexión tiene su lado positivo y su lado negativo. Pero mi reflexión va hacia un tema: aun cuando estamos hiperconectados a través de una pantalla, estamos desconectados socialmente y emocionalmente de la realidad que nos rodea. Con más frecuencia cada vez más uno ve por la calle a las personas con sus audífonos de celular puestos, totalmente aislados en el transporte público, en el almacén, caminando por la calle. Pueden ir escuchando noticias, música, hablando por teléfono, o simplemente llevarlos sin sonido, como si el audífono fuera parte de su oído externo. Entendemos la necesidad de aislarse que puede sentir el ser humano, ¿pero todo el tiempo? y si asi aislado en su mundo, la IA ocupa gran parte de ese espacio donde no hay interacción con otros seres humanos. Bien dice el dicho que todo en exceso es malo y, sin duda, ese artefacto artificial que hoy en día mantienen en sus oídos, los convertirá como dijo una fonoaudióloga, en pacientes seguros o sordos futuros. Estar así de hiperconectados pero a la vez tan desconectados nos impide vivir tantas situaciones o circunstancias de la realidad que en definitiva podrían hasta cambiarnos la vida: conocer a alguien que va a nuestro lado, ayudar a alguien que nos podría estar necesitando, contemplar un atardecer, una flor…
Carla A. Sarmiento Colmenares
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